Estados Unidos acaba de prorrogar por un año una orden ejecutiva
aprobada por el presidente Barack Obama contra Venezuela por considerar a
ese país un peligro para la seguridad de la nación más armada del
mundo.
Venezuela no es un Estado nuclear, ni tiene bases militares con miles
de soldados bien adiestrados y financiados cerca de la Casa Blanca o del
Pentágono. Puede que algunos de sus barcos faenen fuera de los límites
de las aguas territoriales estadounidenses, pero van cargados de redes y
no de cohetes o bombas de profundidad y entre ellos no hay portaaviones
ni destructores.
El país suramericano es un peligro para
Estados Unidos igual que lo es América Latina y el Caribe en su
conjunto, porque sus riquezas naturales y los resultados del trabajo de
su gente ya no engrosan las cuentas bancarias de empresas
norteamericanas, sino que financian los planes de desarrollo
socioeconómico.
Es un peligro, en especial, porque hay una
revolución que desenterró de los empolvados libros de historia el
pensamiento del Libertador Simón Bolívar por quien se ha convertido en
el sempiterno hijo predilecto de la patria, Hugo Rafael Chávez Frías, y
eso atemoriza.
Ciertamente es un peligro porque Venezuela hoy es
epicentro de la ruptura de América Latina con las formas de dominación
ancestrales cuando ningún presidente en la Casa Blanca se molestaba en
pensar en los vecinos, pues bastaba con un procónsul en su Embajada.
También son un peligro por iguales o cercanas razones Bolivia, Ecuador,
Brasil, Nicaragua y la propia Argentina incluso con el regreso del
conservadurismo a la Casa Rosada, porque ese retroceso está sacando de
su letargo al ciudadano rioplatense contaminado por medios de
comunicación neoliberales.
Todos son un peligro para Estados
Unidos porque derrotaron un modelo neoliberal, con extremos angustiantes
en la Argentina del expresidente Carlos Saúl Menem, el Brasil de
Fernando Henrique Cardoso o la Venezuela de Carlos Andrés Pérez y el
resucitado Henry Ramos Allup, que pretendían invertir y cerrar caminos
hacia nuevas formas de desarrollo y convivencia.
Son un peligro
porque la nueva América, que intentan desaparecer ahora, fue enterrando
las alternativas del capitalismo salvaje sobre el cual buscaban
rediseñar el poder en el mundo con guerras como las del Oriente Medio o
golpes diferentes como el de Honduras contra Manuel Zelaya y el de
Paraguay a Fernando Lugo.
América Latina es un peligro para la
seguridad de Estados Unidos porque es la única región con gobiernos
antineoliberales, con procesos de integración regional, con capacidad
para revertir las fuertes tendencias a la desigualdad social y al
aumento de la pobreza y la miseria en el mundo, y la única proclamada
Zona de Paz.
Es un peligro, parodiando al sociólogo brasileño
Emir Sader, porque América Latina ganó el derecho de definir su historia
a partir de su capacidad para reaccionar frente al modelo neoliberal y a
la globalización gracias al liderazgo de dirigentes como Fidel Castro,
Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, José Mujica, Evo Morales,
Rafael Correa, Daniel Ortega, y otros.
Es un peligro porque aún
con multimillonarias campañas como las usadas en Argentina contra
Cristina, en Brasil contra Lula, en Bolivia contra Evo, en Venezuela
contra Maduro, América Latina cree en su gran utopía de que un mundo
mejor es posible y busca materializarla por vías como Mercosur, Unasur,
Celac, y otros mecanismos que la vinculan más al destino del Sur.
Es cierto, como alertaba también Sader, que nadie puede garantizar que
los gobiernos antineoliberales se van a consolidar definitivamente, pero
tampoco que los intentos de restauración conservadora, como hacen en
Argentina, se van a imponer.
La batalla es muy dura como se
aprecia particularmente en Brasil, Bolivia y Argentina, pero una cosa es
cierta: el apoyo continental a Lula y los actos de recordación en
Venezuela por el tercer aniversario del fallecimiento de Chávez son
señales de los nuevos tiempos.
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