lunes, 6 de abril de 2015

Vilma, autenticidad y cubanía

Por Aída Quintero Dip

Vilma Espín despertaba una admiración y respeto muy especiales. Tal era su atractivo, su regia y a la vez sencilla personalidad en la que sobresalía la hondura de pensamiento y proverbial manera de amar la vida.

Fidel Castro, que la conocía bien, escribió ante su muerte, el 18 de junio de 2007: “El ejemplo de Vilma es hoy más necesario que nunca”, convocando a perpetuar  la obra que legó la heroína a las nuevas generaciones.


 
Cubana auténtica, fue una niña vivaz, joven que amó el arte y lo irradió, tenía una linda voz, especial para el canto; una mujer hermosa, elegante, parecía  modelo, con una dulzura y delicadeza en el trato cautivantes y un comportamiento ético que la distinguía.
Parecía una virgen, dijo una anciana santiaguera en los días de lucha clandestina, cuando la vio pasar como una flecha por el techo de su casa huyendo de los guardias de la tiranía de Fulgencio Batista que la perseguían, tras una acción junto a otros jóvenes revolucionarios.

Su exquisita sensibilidad para apreciar el arte lo inculcó a la familia. Es fácil entender cómo en sus funerales en el Mausoleo a los Héroes y Mártires del II Frente Oriental Frank País, se oyera en su voz las nanas con que dormía a los hijos y la canción Sin ti, que dedicaba al amor de su vida: Raúl Castro.

Pero también esta ejemplar cubana anidó rebeldía desde la adolescencia, interpretando la necesidad de cambiar el panorama de su amada tierra.


En Santiago de Cuba donde ya había nacido una Mariana Grajales de cuya estirpe se nutrió, llegó Vilma al mundo, el siete de abril de 1930. Ahora cuando se cumplen 85 años de su natalicio y su casa en San Jerónimo No. 473 se convirtió en un memorial, el compromiso es mantenerla viva.

Su huella está en la Universidad de Oriente, la misma que la viera desafiar al régimen en la época de estudiante de Ingeniería Química Industrial; en las casas que ante el peligro le dieron abrigo; en la ciudad del combate y de los sueños que la eligió diputada al Parlamento y le entregó un especial cariño.

Perdura su impronta de aquel estreno del uniforme verde olivo, el 30 de noviembre de 1956, en el levantamiento armado de Santiago de Cuba bajo la guía de Frank País, estimulada por la osadía de los asaltantes al Cuartel Moncada, entre ellos dos valerosas mujeres: Haydée y Melba.

Cuando estaba muy  perseguida  -en 1957- y prefirió bautizarse como Deborah, tuvo que pasar a la clandestinidad; para entonces  integraba la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio. Poco antes de que Frank fuera asesinado  -el 30 de julio de 1957-, la nombró  coordinadora provincial del Movimiento en Oriente.

A la guerrilla se incorporó en junio de 1958;  el II Frente Oriental Frank País, bajo el mando del entonces Comandante Raúl Castro, fue el escenario donde dio riendas sueltas a sus afanes libertarios hasta el final de la guerra.

No es posible olvidar su singular sonrisa, que la distinguió entre los combatientes en los días de la Sierra Maestra, cuando ella y Celia   Sánchez eran las niñas lindas de la tropa y los rebeldes lo mismo les regalaban flores, las protegían como a una hermana o acompañaban a riesgosas misiones.

Esta excepcional mujer ocupa un lugar destacadísimo en la historia de la Patria, a la cual se consagró en cuerpo y alma desde la etapa prerrevolucionaria hasta el logro del triunfo y en la Revolución en el poder.

Laboró con afán en el proceso de integración de las organizaciones revolucionarias femeninas  hasta fusionarse en una sola Federación de Mujeres Cubanas, fundada por Fidel el 23 de agosto de 1960, y cuya presidencia ocupó hasta su muerte.

Consideró un placer inigualable conducir  una de las obras que la  inmortalizará al paso de los siglos, recuerda Nereyda  Barceló Fundora, una santiaguera que tuvo el honor de trabajar a su lado y beber  de su savia.


Asumió, además, otras tareas que pusieron a prueba su voluntad sin límites como, por ejemplo, la creación y presidencia del Instituto de la Infancia, empeño en el cual hizo gala de su dedicación y ternura.

Una de sus más cercanas colaboradoras, Esther Torres Copello, rememora su gran sensibilidad al profesar amor por las flores y preferencia por el buganvil, resistente al sol y a la sequía, por lo cual aconsejaba sembrarlo en cada espacio dado el contraste de sus colores con el verde de la naturaleza.

Ostentó con orgullo y sin vanidad, la Estrella que simboliza el Título Honorífico de Heroína de la República de Cuba, y también el Premio Internacional Lenin otorgado, en 1979, por sus aportes al fortalecimiento de la paz.

Como reconocimiento a su probada militancia, méritos y lealtad, Vilma Espín fue fundadora del Partido Comunista de Cuba   e integró la selecta lista del primer Comité Central, en 1965, asimismo fue miembro del Consejo de Estado y  promovida a los rangos más altos como el Buró Político.


Su entrañable amiga y compañera de lucha durante toda la vida, Asela de los Santos,  señaló que las mujeres la identifican y la recordarán como una de sus representantes más legítimas.

Sintió la satisfacción de haber forjado  -junto a Raúl- una familia pródiga de amor, de cuatro hijos y ocho nietos, en la que quiso perpetuar  su experiencia combativa, pues dos de sus hijas, Deborah y Mariela, llevan sus más conocidos nombres de guerra.

Vivió años de desafíos, propios de una Revolución, pero conservó esa dulzura, mezcla de madre, compañera capaz de analizar con igual entereza los   problemas que entorpecen el desarrollo de la sociedad, y disfrutar sus avances.

A Vilma la veneran  por su fidelidad, especialmente a Fidel, como intérprete ferviente y creativa de sus ideas; por los valiosos servicios que prestó a la Patria y anidar los valores más auténticos de la cubanía.

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