Por Lydia Esther Ochoa
Camilo Cienfuegos hubiera cumplido este 6 de febrero 83 años de edad,
pero aunque sus cabellos y su barba se hubieran tornado blancos y su
paso no fuera firme ni su figura esbelta, la sonrisa sería la misma, la
sonrisa y la mirada que en las fotografías y en los documentales
expresan ternura, franqueza y bondad.
Su muerte prematura, a los 27 años, privó a los cubanos de la
presencia y el talento natural de un hombre de pueblo, sencillo, sincero
que enalteció la lucha revolucionaria, primero participando en las
huelgas contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958).
Después vendrían sus días de consagración revolucionaria a bordo del
yate Granma y el desembarco junto a los demás expedicionarios el 2 de
diciembre 1956, y más adelante los combates en la Sierra Maestra, la
invasión de Oriente a Occidente con el Ejército Rebelde, hasta su
desaparición física el 28 de octubre de 1959, meses después del triunfo
revolucionario.
Tal vez en su infancia, en La Habana donde nació, cuando jugaba con
sus amiguitos soñaba con las grandes hazañas del patriota Antonio Maceo
(1845-1896), a quien tanto admiraba, sin imaginar que algún día tomaría
su misma ruta para darle el tiro de gracia a la tiranía batistiana.
Al admirar profundamente a Maceo y a otros héroes mambises, Camilo se
convirtió también en un guerrero que marchaba al combate audazmente sin
importarle el peligro, como si fuera el protegido de los dioses y
quisiera disputarle al troyano Héctor el sitio más alto de los valientes
para enfrentar al enemigo.
La invasión mercenaria a Playa Girón, la Crisis de Octubre, el
bloqueo imperialista y tantos otros acontecimientos hubieran contado
igualmente con el protagonismo de Camilo, al igual que en nuestros días,
pues a pesar de las ocho décadas de existencia habría sido el mismo
muchacho de pueblo, ajeno a privilegios.
En estos tiempos de carencias materiales, le han hecho falta a su
pueblo la firmeza, la sonrisa, el gesto sincero, la sencillez, la
simpatía y la mirada de aliento, que en el Comandante Camilo Cienfuegos
eran expresión de grandeza, pero su imagen nos acompañará siempre con su
sombrero, su uniforme verde olivo y sus botas de campaña, con su rostro
animado por el optimismo y el orgullo de ser cubano.
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