El líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, sostuvo un
diálogo con el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de La Habana, Randy Perdomo García.
Todo comenzó con su llamada a la Oficina de la FEU de la Universidad de
La Habana el día 22 de enero, a las 9 y 20 de la noche. Aunque la
precedió un anuncio del momento que me esperaba, la voz, tantas veces
escuchada de lejos, fue impactante al sentirla cercana.
«—Randy, ¿cómo estás?
«—Comandante, bien. No puedo creer que voy a conversar con usted».
Él se ríe y agradece «el mensaje que me hiciste llegar. Lo he leído
varias veces». Se refiere a nuestro proyecto de celebrar los 70 años de
su ingreso a la Universidad con una jornada de amor y compromiso. Se
le nota entusiasmado cuando anuncia sorpresa y me invita a una
conversación personal al día siguiente.
Pero esa misma noche
hablaremos más: alrededor de 50 minutos. Suena tan inmediato, como si
los dos estuviésemos sentados en el Salón de los Mártires que recordó
varias veces como sitio de reuniones de su época en la FEU.
«—¡Ya son 70 años de mi ingreso a la Universidad, que se cumplen el 4 de septiembre!», me dice.
Conversamos con alegría, como dos compañeros de clase: él, con su
sencillez impresionante, tratando de que me sintiera en igualdad de
condiciones. Yo, por mi parte, sin poder explicarme totalmente la suerte
extraordinaria que me hacía vivir ese instante único. También inquieto
y preocupado al pensar en responder al «bombardeo» de interrogantes al
que siempre tiene acostumbrados a sus interlocutores este conversador
audaz.
Quiso saber de las facultades de la Universidad y de la
Casa Estudiantil, qué había sido antes de convertirse en Casa de la FEU,
a quién perteneció, en qué año ocurrió el cambio. Yo trataba de
responderlo todo, consciente de que nunca estamos completamente
preparados como para tener todas las respuestas que exige un diálogo de
esta índole.
No era una prueba y a la vez lo era. Necesitaba
transmitir mucho en nombre de la juventud universitaria, y esa presión
estaba ahí, aunque el espíritu de la conversación casi me hacía
olvidarlo todo.
Se interesa por la ubicación actual de todas las
carreras en la Universidad y al hablar sobre la Facultad de Física,
antigua de Arquitectura, habla emocionado de José Antonio Echeverría.
Le explico que Física se encuentra ahora en el Edificio Varona, y me
interrumpe: —«¡El edificio de Pedagogía!», dice y ahí mismo comienza a
indagar sobre las aulas.
Justo cuando ya me ponía nuevamente a
sudar, por el temor a no tener todas las respuestas, lanza la
interrogante que menos me esperaba: —«Ven acá Randy, ¿qué cantidad de
sillas tiene un aula en esta Facultad de Física?». Y yo sin palabras,
por supuesto. Impresionado por esa curiosidad infinita y su necesidad y
ansias por saber al dedillo cómo funciona el mundo.
Le explico
que comparten el edificio estudiantes de distintas nacionalidades que
aprenden español en Cuba: chinos, norteamericanos, vietnamitas. Entonces
apunta: «¡No me digas!, ¿también chinos?». Y me recuerda con detalles
los programas de ese convenio con la República Popular China.
«¿Y cómo se organiza el Consejo Universitario del Edificio Varona al
tener la carrera de Física y los estudios para aprender español?»,
insiste. Le comento que es provisional, hasta la terminación del
edificio de Física. Entonces el Varona será centro de convenciones de la
Colina Universitaria.
Por fin logro comentarle de las
actividades de la jornada que preparamos los universitarios para
conmemorar el aniversario 70 de su ingreso a la casa de altos estudios.
Le adelanto también nuestra idea de ascender el Turquino.
«—Especial Randy, prepárense. Te contaré anécdotas, cuando nos veamos, de la experiencia nuestra en la Sierra».
No quiero guardarme ningún detalle y le comento también que
visitaremos su casa natal. Responde con un silencio largo, que rompe
para indagar cómo van mis estudios de Filosofía, en qué año estoy de la
carrera, qué piensa mi familia de lo que hago.
Después quiere conocer cómo se organiza la FEU en la Universidad.
Le describo el apoyo del Rector y de la Universidad en el
mejoramiento de las condiciones de vida y de la infraestructura, de las
residencias estudiantiles, de las facultades y del perfeccionamiento
del Estadio Universitario, conocido por los de la UH como el SEDER.
Con una precisión que asombra, detalla cada lugar en ese estadio
universitario, cuando le digo de todos los preparativos para los Juegos
Caribe. Se nota que conoce la Colina como la palma de su mano. Podría
decirse que sabe ubicar cada adoquín de la casa de altos estudios.
También se interesa por el Aula Magna, por la organización de la
actividad por el 162 natalicio de José Martí, el concierto del maestro
Frank Fernández y el lanzamiento de la convocatoria por los 70 de su
ingreso a la Universidad.
En la despedida «¡un abrazo! y mañana
nos vemos». Y me quedo casi hipnotizado. Aún no ha acabado mi sueño de
hacerse realidad.
FIDEL NO ESTÁ AL TELÉFONO
Viernes 23
de enero. Casi es hora de empezar el encuentro mensual del Consejo de
la FEU de la Universidad de La Habana, en el Salón de los Mártires de
la Colina universitaria. Me excuso por no poder estar presente. Aseguro
que en próximos días la Universidad de La Habana será escenario de una
noticia de alegría para todo nuestro pueblo y de trascendencia
mundial.
Me despido de Henry, el secretario de la UJC en la
Universidad, que años antes tuvo también el honor de conversar con el
Comandante.
Son muy puntuales en la recogida quienes me pondrán
frente a Fidel. Choferes muy amables que saben reconocer mis nervios y
los calman, evidentemente solidarizados con mi tensión ante la
perspectiva de mi primer encuentro personal con Fidel. Conversan sobre
nuestras respectivas provincias: ellos son de Santiago de Cuba y yo de
Matanzas.
Al poco rato, se detiene el carro y me sueltan las
palabras que he esperado con desespero y contención. «Ya estás en la
casa del Comandante». Y salgo dispuesto a vivir el que seguramente se
convertirá en uno de mis instantes más trascendentales. Y resulta que
no será un instante. Porque hablaré con Fidel durante más de tres
horas.
En la puerta del jardín espera Dalia, su esposa. Le
entrego una flor que recibe con agradecimiento especial y me acompaña
hasta una puerta de cristales, unos pocos metros más adelante. Detrás,
espera el Comandante.
—«¡Randy —saluda jovial— a ver qué tanto te pareces a Echeverría…!»
Comienza la conversación de esta tarde con Fidel. Y ya no está al
teléfono, sino a unos pocos metros, como si fuera mi habitual compañero
de charlas. Combato con mi emoción para poder guardar cada hecho con
precisión.
Me enseña la compilación de sus Reflexiones, y hace
referencia a algunas de ellas, leyendo ideas o páginas enteras. Me
cuenta que es una colección de la que se editaron 500 ejemplares, que se
acompaña de un catálogo con dibujos de Rancaño.
Transcurre el
tiempo mientras repasamos muchos temas. Trato de llevarme todos los
detalles de su grandeza, no le quito los ojos de encima. Él, como
convocándome siempre al conocimiento, lleva las riendas de la
conversación. No dejo de pensar en cómo las circunstancias de la Sierra
—de la guerra— y los actuales desafíos pueden moldear tan especialmente
a un hombre. Me comenta de la astronomía, de los observatorios en
el mundo. Insiste en la necesidad del desarrollo de las ciencias como
la única forma de que la inteligencia predomine, de la relación de esas
materias con la economía y la calidad de la formación de estos
profesionales en las universidades.
También habla muy entusiasmado
de la donación al Zoológico Nacional de Cuba, de las especies animales
de Namibia, y su interés en la novedosa práctica del traslado.
Persiste
en su llamado de atención a la producción de alimentos para los seres
humanos y animales, y muestra fotografías del sembrado de las plantas
con las que experimenta. Me revela varias semillas, hablando del costo y
su importancia; de la situación del combustible.
Sobre la mesa
de trabajo, decenas de cables de prensa recopilados en una carpeta. Veo
de cerca y compruebo su legendario interés por estar informado de
todo, lo mismo del acontecer nacional que internacional.
Se
detiene en particular en la lectura de cables recientes con una
infografía de la cadena Rusia Today sobre qué nación contribuyó más a
la derrota de Alemania en 1945. Durante años, la mayoría de los
europeos reconocían a la URSS. Más recientemente los datos se han
invertido y se le da la prominencia a Estados Unidos.
Pero
también hablamos de él, de sus ejercicios físicos diarios, de la
alimentación correcta. Sigo sin creerme que estoy al lado del hombre
que más ha hecho por el logro de relaciones de justicia entre los
hombres, y descubría la maravilla de atisbar, desde la rememoración del
pasado, qué es el futuro.
Aún tiene bien grabado que soy de
Matanzas. No iba a dejarlo pasar tan fácil. Entonces me pide que le
cuente cómo funciona la práctica de deportes en mi ciudad. Sin darme
demasiado tiempo a pensar me inquiere sobre las perspectivas del equipo
de pelota de Matanzas con la conducción de Víctor Mesa, y de la
alegría y emotividad que le impregna a la Serie Nacional.
Luego
se refiere a otros equipos presentes en esta Serie, y al desafío de ser
matancero y estar en la capital, tan defensora de su equipo
Industriales. Reímos los dos. Y yo admiro ese amor por el deporte que
siempre ha dejado ver.
Después habla de las revoluciones que
vienen contra la filosofía dominante, y me comenta que no se puede
dejar de creer en ellas, pues cada revolución termina por renacer. En
un momento especial, se refiere a Venezuela y habla con gran emoción de
Chávez y de Maduro.
También comenta sobre Nicaragua y el empeño de Daniel Ortega y su esposa en el desarrollo de esa pequeña nación.
Volviendo al tema de nuestra Universidad, le muestro un catálogo y
recorremos en su mapa todos los sitios que recordaba: la cafetería de la
Facultad de Derecho —me cuenta algunos detalles de su construcción y
ubicación—, otros sitios significativos para él, y me pide que le cuente
de las Facultades de la Colina y las que actualmente están fuera de
ella.
Recuerda los tiempos desafiantes de su formación y sus
históricos encuentros con los estudiantes universitarios luego del
triunfo revolucionario.
Al mostrarle una serie de diseños
dedicados a él, me pregunta quién los hace. Le respondo que un
estudiante que también se llama Randy, de apellido Pereira y que estudia
en cuarto año de Comunicación. Entonces se interesa por saber dónde
imprimimos los carteles y los pulóveres, pues yo llevaba uno con el
símbolo de los Juegos Caribe.
No me voy sin dejarle de recuerdo
una foto de Henry, actual secretario de la UJC de la Universidad, e
Indira, quien trabaja en la Dirección de Extensión Universitaria, los
dos jóvenes que le entregaron en el 2010 la fotografía suya que dice:
«Aquí me hice revolucionario…».
Leo la convocatoria a la Jornada
por los 70 años de su ingreso a la Universidad, y le comento sobre los
invitados que habrá y el modo en el que hemos concebido la actividad.
También
repasamos con interés un ejemplar del periódico Resumen
Latinoamericano, dedicado a los Cinco. Emocionado, recorre los rostros
de René, Fernando, Tony, Gerardo y Ramón, y se detiene en las
características más significativas de cada uno de los Héroes.
Ya
casi parece que me iré. Pero retoma la conversación sobre las nuevas
formas de contrarrestar algunas enfermedades, entre ellas, la diabetes,
con la producción de algunos alimentos naturales; de la relación de
Cuba con África, desde la contribución a la independencia con sus
países, el fin del apartheid y de la actual contribución de médicos
cubanos a la lucha contra el ébola. Y agradezco por dentro que este
momento aún no se me acabe.
Finalmente me muestra algunas
páginas de temas que estudia en este momento. Entre ellos, uno sobre el
Banco Central de Cuba con costos de los alimentos, metales básicos y
preciosos, del azúcar, energía, tasa de interés.
No me deja ir
sin que le ponga en el televisor un disco que le llevé como regalo, con
las imágenes del recibimiento de los estudiantes de la Universidad a
los del Crucero Semestre en el Mar, que visitaron el país en el mes de
diciembre.
Se interesa por cómo nos fue con nuestros colegas
norteamericanos, indaga en el programa de actividades. Al visualizar
las imágenes… no sé por qué veo un Fidel diferente, mucho más cercano
de lo que pensaba. La imagen de unos estudiantes norteamericanos sin
pulóveres que tenían escrito CUBA en el pecho, lo traen a su momento
más alegre y entusiasta.
Llega el instante de irme. Nos despedimos
al estilo tradicional primero. Pero luego quiere conocer un modo más
actual. Le enseño entonces aquel que ensayamos muchas veces con
nuestros socios, más juvenil y diferente. Es tanta su insistencia que
termina aprendiéndolo. Y lo practica varias veces antes de que
finalmente nos digamos hasta luego.
Camino nuevamente por mis
calles y pienso en lo que he vivido. Me llevo con intensidad el Fidel
lleno de vida que conversó conmigo animada e inteligentemente. Con la
sencillez que imaginaba, pero con esa capacidad infinita de sorprender.
Pienso en un escritor y encuentro una frase para que resuma lo que
siento. Si la verdadera grandeza del hombre solo la puede alcanzar en
el Reino de este mundo, no puedo menos que verla en él, que ha
trascendido el escalón más alto de la especie humana para transformarse
en leyenda.
Varios días después, aún la emoción me humedece los
ojos. Sigo viéndolo frente a mí, tan vivo, con tanta energía y
claridad, burlándose con esa vitalidad de quienes han pretendido hacer
creer que ya no está. Aún puedo pensarlo, mesándose la barba,
analizando quién sabe cuántas cosas.
No ha dejado de ser
estudiante universitario. En un ambiente familiar y cordial, con su
mirada más allá de las apariencias, me acercó a su infinito caudal de
inteligencia. Y yo casi me asusto de ver lo mucho que me queda por
estudiar y aprender. Le agradezco entonces el revelarme esa verdad y
proveerme de una guía para entender cómo conducirme por lo inexplorado
con curiosidad y tino.
Haber ocupado parte de su tiempo es el
honor más grande que he recibido. Por nuestra FEU y nuestra Universidad
de La Habana viví esta excepcional oportunidad. Fueron varias noches
sin dormir de la alegría, de los impacientes deseos de volver a
conversar con él…
Implícito en todo, más allá de lo que pueda
decir, va la enseñanza de la humildad, de la confianza en nosotros, en
el futuro de la Patria. La certeza de que este encuentro es la
continuidad de más deberes, de más compromisos.
Fidel sigue en
una marcha constante al compás de nuestro tiempo, como símbolo
imperecedero, como eterno joven universitario. No puedo plasmar todo en
palabras, pues aún llego a creer que es un sueño. La esencia de los
milagros es inapresable por más que lo intentemos. Fidel es un fuera de
serie.
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